Al traducir Pedro Páramo al náhuatl, tenemos la oportunidad de escuchar uno de los componentes espectrales de la novela; descifrar una parte de esa sensación de intraducibilidad e imposibilidad de destejer el arcoíris. Al traducirlo a una lengua indígena, podemos recuperar voces, formas de decir, que Rulfo escuchó en español, pero que venían de las lenguas indígenas. La forma en que unos personajes se hablan a otros, incluso cuando lo hacen violentamente, mantiene en Rulfo siempre un modo poético, dramático, que mucho tiene que ver con la interlocución reverencial indígena, que el náhuatl (los distintos náhuatl) posee como parte central de su retórica, que fue un rasgo que llamó la atención de sus estudiosos tempranos como Bernardino de Sahagún, y que quedó consignado en obras coloniales como el Vocabulario de Alonso de Molina, el Arte de la lengua mexicana de Andrés de Olmos y el de Horacio Carochi. Cuando estudiamos el náhuatl a través de estas fuentes y sus hablantes y pensamos en Rulfo es inevitable darnos cuenta que existen puentes entre el modo rulfeano y la retórica mesoamericana. Y esos puentes son las voces del campo mexicano, su forma de hacer testimonio, de hablar de sí y con otros. Uno siente un tono ritual en los diálogos de Rulfo. Ese ritual es parte del efecto de la poética indígena que ha sobrevivido en el habla popular.