Aunque tradicionalmente se ha considerado a las mujeres como las mantenedoras de la llama de la religión en el cuerpo social, al revisitar la historia observamos que siempre existieron osadas disidentes de esa devoción. El ateísmo femenino aparece ya en Atenas, se intensifica en el Renacimiento bajo el influjo del escéptico Montaigne, se extiende a los salones parisinos del siglo XVIII y estalla con la Revolución francesa. En los dos últimos siglos, al mismo tiempo que luchaban por la conquista de los derechos civiles, las mujeres han ido incrementando las huestes de los incrédulos y han ejercido un papel fundamental en el surgimiento de nuevas espiritualidades.