Puede que el adjetivo que más convenga a los relatos reunidos en este volumen sea el de «crueles». Pero la crueldad que los distingue no se desprende solo de la materia que muy a menudo los ocupa –atrocidades sin cuento, salvajadas sin nombre, bestialidades que hielan la sangre–, sino que tiene que ver, además –y sobre todo–, con la actitud del narrador, con su modo tan despiadado de tratar esa materia, de tratar al lector mismo. Como en ese montón de miembros y vísceras informes en el que se reconoce sin embargo un cuerpo humano, así también, en no pocas de estas piezas, se reconoce su condición de relatos a pesar de que carecen de casi todos los atributos del género. Tanto mayor es el impacto de su escritura directa, cargada de tensión y de peligro, de suspense y de misterio, y también de humor. Porque el humor –un humor tan elíptico como desopilante– es el clavo ardiendo que al lector se le brinda para sustraerlo al horror que tan a menudo inunda estas páginas, repletas de crímenes, de monstruos, de pesadillas, de enormidades. De sorprendentes confesiones, además. Así como de una belleza inesperada.